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sábado, 19 de diciembre de 2009
Crónica de un viaje más
El viento pelea con mi paraguas, haciendo que sea una inútil defensa frente a la intensa lluvia a la que no está acostumbrada mi ciudad natal. Paraguas, maleta, el metrobus en el bolsillo del culo, para que no tener que abrir la mochila después, y el coche se queda en el McDonalds, mientras corro con mi madre detrás para llegar al tren. Y es que parece que todo el mundo tiene coche de repente, que ya ni con media hora de antelación voy segura a coger el tren (que Ciudad Real no es tan grande, joder).
En el andén de la estación, el frío hiela hasta los huesos. No tengo prisa porque sé que al llegar nadie me espera. Cuando el tren llega, la gente se agolpa por poder subir. Como si alguno fuera a quedarse en tierra, y al final subimos todos. Dejo la maleta donde siempre, total, ya no me molesto en subirla, porque pesa lo suyo y es más cómodo que se quede abajo, así la agarro del asa cuando salgo, y no tengo ni que pararme.
Dentro del vagón se juntan muchas vidas. Expectativas, ilusiones... Todo el mundo tiene un destino al que llegar, o bien uno del que escaparse. Saco el simulacro 10, que por alguna razón no corregí en su momento y me pongo a repasarlo. Delante de mí un niño precioso, me pide los rotus para pintar. Al final decide que no le apetece y juega con su hermana a ver a quien de los dos quiere más mamá.
El tren se retrasa por las obras de Renfe. En la estación, hay gente esperando abrazos, besos, caricias… Brazos que esperan a los que acaban de llegar, y sonrisas de alegría. Antes esperaba que al llegar a Atocha alguien fuera a recogerme, para darme una sorpresa. Hace muchos viajes que ya no espero nada. Me aseguro de llevar bien cerrada la mochila con las cremalleras a mano y me subo en el metro. Al llegar a Sol hoy no veo al violinista que normalmente toca acompañado de su mujer. Cojo la línea 3, y me dirijo a casa (mi otra casa) no sin antes responder a un chico que me pregunta si me llamo Jessica. Pues va a ser que no, pero haces bien en preguntar. Pues tienes una doble, me dice, pues ale, ya le pediré derechos de imagen. Con mi paranoia antirrobo, reviso que no fuera una maniobra de distracción, pero no, mi mochila sigue bien cerrada.
Y así una vez a la semana
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Conozco esa sensación, como si la tuviese a diario... Yo espero lo mismo cada mañana, pero al único que encuentro es al reloj del andén que marca siempre la misma hora, como si se hubiese detenido hace mucho tiempo. O quizás fui yo quien se detuvo.
ResponderEliminarCasi he llegado a acostumbrarme, a tí no te dará tiempo a tanto, por suerte. Un día de estos volveremos a coincidir en cualquier estación, y si entonces ves que sigo un poco parado dame cuerda, que siempre que lo hiciste me fue bien.
Mucho ánimo, el camino se hace un poco largo, incluso a veces se estrecha demasiado, pero no te precocupes que aún cabemos los dos ;)