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martes, 1 de septiembre de 2009

Atrapada

La luz que entraba por la ventana indicaba que debía ser cerca del mediodía. A sus 85 años Carmen no recordaba haberse levantado nunca tan tarde. Abrió los ojos, con la sensación de que aún no estaba despierta del todo. Hacía un rato que le parecía estar escuchando voces desconocidas, y alguna de algún familiar que hacía tiempo que no veía. Le dolía la cabeza. Era un dolor terrible, la peor resaca que nadie haya tenido nunca.

Vaya sueño más raro, pensaba mientras se decidía a hacer la comida. Haría pavo con salsa de grosellas, le salía muy bien y podía hacer un poco más para guardarle a sus hijos, así tendrían excusa para venir a verla. Le parecía incluso estar escuchando la voz de Pedro, unos de sus hijos.

-¿Cómo la ve, doctor?
- Es pronto para decirle, tenemos que esperar para ver como evoluciona...

Pero Carmen no se encontraba mal. Se levantaría y vería que era lo que estaba pasando. Hizo fuerza con los brazos para incorporarse. Tardó un rato en darse cuenta de que no podía levantarse. Entonces quiso correr, pero no pudo. Era uno de esos sueños en los que quieres moverte pero tu cuerpo pesa demasiado.

Sin avisar una luz cegadora le apuntaba a los ojos. Los cerró porque le molestaba. Los volvió a abrir al rato, había gente apareciendo y desapareciendo de su campo visual. Sabía que estaban porque podía oirlos, sentir su presencia y hasta olerlos. No podía ver nada de lo que tenía a su derecha. De hecho ni siquiera era consciente de que alguna vez hubiese habido algo en ese sitio.

-¿Puede oírme?. ¡Pues claro que podía! No estaba sorda. A pesar de la arritmia que padecía desde hacía años, y de tener un poco de sobrepeso, Carmen había aguantado con muy buen estado de salud hasta ese día. Se lo diría y aclararía todo...

Se concentró con todas sus fuerzas, pero las palabras no salían de su boca. Entonces otra doctora, más joven le dijo: "Parpadeé dos veces si entiende lo que digo". Y ella lo hizo. Aún podía abrir y cerrar los ojos, que dadas las circunstancias era algo.

En el lado derecho, entre las tinieblas que iban cegando la vida cada vez más apagada de Carmen, una estudiante aprendía lo que era el síndrome de cautiverio. Nunca olvidaría lo que podía hacer un infarto de la protuberancia. Entonces recordó un teatro que había visto hacía poco en su colegio mayor. Era de una famosa obra: "Johnny cogió su fusil" la lástima era que esta vez no era ficción.

En aquellos días nadie era capaz de hablar con Carmen y contarle de verdad lo que le pasaba. Fue su última semana de vida. Una semana intentando huir muy lejos sin que su cuerpo le acompañara. Una semana atrapada en un cuerpo que ya no respondía. La semana más larga de su vida. Ocho días más tarde, una neumonía se la llevó. Seguro que fue a un sitio donde el cuerpo no pesaba tanto. Seguro que por fin pudo descansar en paz.

4 comentarios:

  1. Parece una historia inventada, pero aun recuerdo lo impresionada que estabas cuando nos lo contabas. Y no era para menos. Aprender a vivir con la impotencia y a la vez que no deje de doler...

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  2. Bfff, no se si es realidad o es una historia de algún libro, pero me he quedado impresionada, sin palabras, porque sea como sea, se que estas cosas pasan... y no se pueden explicar, sólo sentir, tristeza, rabia, impotencia, pero sentimientos al fin y al cabo que se escapan de toda ciencia y palabras.

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  3. Madre mía... que mal rollete. Es una de las peores cosas que hay sin duda.

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  4. Hola Soraya!
    Escribote solo para que sepas que hey leído este artículo ... es la realidad de la vida
    Saludos e felicidades en tu vida professional e personal.
    Julio, Vila do Conde, Portugal

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